Volver.
A la Isla dónde sus compañeros y su maestro habían perecido. Donde el honor había sido pisoteado por la codicia, la traición, y donde la sangre de valiosos guerreros se había esfumado entre la arena. Volver a la Isla de Andrómeda, lugar de sacrificios, de dolor, de recuerdos… lugar de ella.
El muchacho de verde cabellera, con la armadura a cuestas, volvía a su lugar de entrenamiento para cumplir una promesa. Esperaba que no fuera muy tarde, que los años no eclipsaran ese hecho. June estaría enojada, eso lo sabía de sobra. ¡Si tan solo ella lo dejara explicarse!
El falso patriarca, Asgard, Poseidon… ¡Hades!
Fuerzas mayores le habían hecho faltar a su palabra, pero en ninguna de esas circunstancias él había podido olvidarse de ella.
June, su calidez, su estoicismo, su suave y rubia cabellera… la última noche que habían compartido juntos.
Dejó que su cosmos se notara, adrede. Quería que ella supiera que había regresado. No quería avanzar más sin tener su permiso.
Esperó.
Minutos más tarde, vio aparecer su esbelta figura ante él. Los nervios quisieron ganarle la partida, pero Shun pudo expulsarlos de a poco con un sonoro suspiro.
Allí estaban, en un silencio que parecía imposible de romper. La máscara metálica no hacía muy amena la situación. Que la portara frente a él tenía un significado que podía leerse con facilidad: "Ya no confío en ti".
— Viniste. —la oyó decir—. ¿Para qué?
— Te lo prometí.
— ¿No crees que es un poco tarde? —contestó quitándose la máscara. Sus ojos azules destilaban furia, pero el caballero de Andrómeda sintió alivio. Podía lidiar con una June furiosa si ella aún confiaba en él.
— Era muy peligroso June, yo…
— Yo sé cuidarme sola. —lo cortó, mirándolo con extrañeza—. ¿Vas a decirme que era peligroso enviarme una carta o algo por el estilo? —apretó sus puños. No dudaría en usar su látigo si la respuesta le parecía impertinente.
— Tu no entiendes… —él se le acercó, sin miedo. No le importaba pagar el precio de unos latigazos si eso hacía que ella comprendiera. Incluso, una parte pequeña de su ser le decía que él se merecía tal castigo. Por toda la incertidumbre que ella había sufrido en ese tiempo.
Lo veía en su rostro, los aros oscuros debajo de sus ojos anunciaban un mal descanso, unos malos días, la soledad de unos cuantos años en esa Isla.
Sin más preámbulos, la muchacha blandió su arma y Shun se dejó golpear. El seco sonido del cuero retumbó en su brazo derecho, pero no dolía. Le dolía mucho más la duda en los ojos de June, las lágrimas que estaba conteniendo.
— ¡No me mires así! —le gritó mientras volvía a ponerse en posición de ataque. — ¡Pelea!
— Sabes que no haré eso, June —volvió a acercarse, lo intentaría hasta ya no poder continuar o hasta ser escuchado—. ¡Sabes que odio pelear! ¡Y sobre todo con gente que realmente aprecio!
Otro latigazo. Pero esta vez Shun no se dejó golpear: aferró el extremo del látigo a su muñeca y tironeó para sí, logrando así desarmar a su antigua amiga.
— ¡Ya basta! —exclamó tirando el arma al suelo—. Herirme no hará que te sientas mejor. Incluso te hace más daño. —caminó hacia ella, una vez más.
La rubia muchacha no supo cómo reaccionar. Se sentía vulnerable, con todos sus sentimientos al descubierto. Desnuda. ¿Qué podía hacer? ¿Qué debía sentir?
Demasiado amor, demasiado dolor. Sentía demasiado. Los brazos del santo ateniense la tomaron por sorpresa.
¿Era real?
Lloró y se aferró a él para comprobar que no deliraba, que la soledad no se había llevado su cordura.
Shun era un muchacho de características peculiares, muy diferente de sus otros compañeros de entrenamiento. Tenía particularidades difíciles de olvidar: su cabello era increíblemente sedoso y su piel, muy suave. Rasgos por los que también era ridiculizado, pero a ella le parecían lo más hermoso del mundo. Cuando dejó de llorar, no pudo evitar acariciarle el rostro. Lo había echado de menos.
Él sonrió.
— Estas mejor. —afirmó y le besó la mano que había recorrido su rostro.
June se perdió completamente en ese gesto. Tanta ternura le era ajena luego de tantos años sola. Asintió, con las mejillas repletas de rubor.
Decididos a ponerse al día, comenzaron a recorrer la isla. June habló primero, dándole los detalles de cómo había regresado al lugar, explicando que solo ella había regresado allí y en lo duro que estaba trabajando para reconstruir todo luego del ataque de Afrodita de piscis.
Shun, aunque incómodo, le comentó que había luchado con él en el Santuario. Que le había hecho pagar por la muerte de Albiore. Hubiese querido agregar que, al final de todo, no era un mal hombre; que solo peleaba para el bando equivocado. Pero se lo guardó, porque era en vano. June no perdonaría la muerte de su maestro tan fácilmente.
El paisaje era devastador. Las ruinas dolían como una cicatriz recién hecha, como el recuerdo de lo que había sido y lo que ya no volvería a ser. June se había esforzado, sí. Pero tanto dolor y trabajo era demasiado para una sola persona.
— Sé que no es suficiente… —murmuró, posando su vista en lo que antes eran las cabañas de los aprendices. Lugar donde ellos habían crecido. —. Reconstruiré todo, aunque me tome toda la vida.
Shun la tomó de la mano, repentinamente, y la corrigió:
— Lo reconstruiremos. Juntos. —sorprendida, ella lo miró a los ojos. Él le sonreía, su cálida mirada sostenía lo que acababa de decir—. Vine para quedarme, June.
Ni sus más dulces sueños podrían haber recreado ese momento. Tanta felicidad no entraba en su inconsciente. Parpadeó incontables veces, intentando contestar la incrédula pregunta que habitaba entre sus pestañas: "¿esto es real?"
El caballero de Andrómeda parecía divertido del desconcierto de su amiga, pero quería que ella ya no tuviera dudas. Se acercó más a ella y, con suavidad, le levantó el mentón.
— La última noche que pasamos juntos me hiciste prometer que volvería y que hablaríamos sobre ello.
Luego la besó. Con la complicidad que el último dicho le daba. Porque no era la primera vez y no quería que fuera la última.
La guerra santa ya había terminado, dando comienzo a una merecida etapa de reconstrucción y paz.
Shun estaba de vuelta en la Isla Andrómeda y esta vez había vuelto para quedarse, reconstruir y sanar lo que había dejado atrás.
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